MATRIA de Antonio Silva

Antonio Silva, nacido en San Bernardo en el año 1970, puede ser quizás uno de los poetas menos reconocidos dentro de aquellos que comenzaron a publicar libros durante la década de los noventa (Andrógino, 1996), aquellos pertenecientes a una supuesta generación poética en Chile que llevaría tal década como etiqueta. Y razones puede haber muchas; la principal, sin duda, es que la mayor parte de la producción de Silva aparece ya entrados en el siglo XXI: tanto Analfabeta (2000) como el libro que sirve para esta reseña, Matria (diciembre de 2007, ambos publicados por editorial Cuarto Propio); y otra razón, no menos significativa: la carencia de repercusión mediática de su primer libro (dentro de lo que se puede en un medio más bien diminuto), editado gracias a un premio municipal de poesía organizado por la Municipalidad de El Bosque, aun cuando fuera apadrinado por la poeta y reciente ganadora del Premio Iberoamericano de poesía Pablo Neruda, Carmen Berenguer. 

Es sólo con su segundo libro que logra cierta notoriedad, libro que toma algunos de los temas de Andrógino llegando a desarrollarlos de mejor manera. Aquella voz femenina-masculina que se situaba desde una poco llamativa ambivalencia en ese primer libro se ve extremada en la elección de una voz que desde lo femenino encuentra un afán político al constituirse como la voz de los desplazados: voz femenina que puede rastrearse sin duda en algunas de las producciones poéticas de la última parte del siglo XX, especialmente a partir de Raúl Zurita y Diego Maqueira. 

Todo lo anterior es importante pues en Matria dichas características son tomadas y reconsideradas dándole un carácter primordial en su poesía así como se reconoce un dominio de sus temas: la figura del andrógino es abordada ahora, aunque sin rigor tradicional, pero esto bien puede importar nada, desde sus vertientes primeras como imagen divina hacia los niveles de una posible conciliación social, cuya posibilidad es tomada desde la simulación y el carácter ficticio de la escena que se logra a lo largo del poema. Por tanto, una conciliación ficticia donde las cuatros tablas “que prefiguran una casa / una memoria”, también prefiguran una pintura barroca y un guion cinematográfico que comienza con Las Meninas y una ópera de Haydn. O, diremos, las cuatro tablas que prefiguran un cuarto de escritura a la vez que un museo, tanto de aquellas manifestaciones artísticas como de la pobreza que transita al poema como uno de sus temas. Museo que se vincula en el libro a la muerte (o a un mausoleo: “los sepulcros familiares de las obras de arte”) y a un saber popular directamente manifestado en Matria por las animitas y la devoción de algunas mujeres (semi)analfabetas, pobres objetos de contemplación (en el texto titulado "Beatitud"). 

En este sentido, este nuevo libro de Antonio Silva posee una poesía de fuerte valor político sin tener que, necesariamente, utilizar el panfleto como un modo de protesta, pues aquí no hay protesta o denuncia, tampoco una configuración dualista que tome partido ilusamente por una vertiente más proba de la sociedad, la represión tanto de la mujer como del homosexual es descrita como una parte del espacio que se despliega en el poema, ese espacio que inicia con las cuatro tablas que son la casa y se vincula a grandes rasgos con el padre y el heterosexual, participantes al fin y al cabo de tal lugar. 

Su afán político, por lo tanto, comienza y se pospone en lo que podría llegar a ser ahora una nueva patria, rebautizada como matria y que es un lugar imposible pensado en términos sino poéticos, cuyo afán es escribir (explicar primero y salvar, después) una realidad: reconocido el hecho de que no se puede hablar de realidades absolutas. 

Más allá de todo esto, hay otro valor que no debe dejar de nombrarse. Valor que, sin embargo, no puedo explicar, sino sólo en la medida en que digo que leo y leemos y a veces una lectura tiene el poder de sobrecogernos o sacarnos de nuestro tránsito cotidiano. Hablo principalmente de dos poemas, el poema homónimo al libro y otro, titulado "La insignificancia del gesto", poemas que valen, para mí, el dificultoso y muchas veces frustrante ejercicio de la lectura de poesía y la seguida creencia en ella.