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Publicado originalmente en Grifo. Número 19, septiembre de 2010

¿Qué suscita la aparición de una nueva palabra en poesía?, ¿qué hay detrás de la necesidad de ampliar el corpus poético? o ¿qué podrían llegar a significar estas preguntas sino una perspectiva de lectura demasiado conservadora? Estos cuestionamientos surgen necesariamente a la hora de leer Ruda, sexto libro del poeta Germán Carrasco (1971).

Si alguna vez, anémonas, nenúfares, pámpanos, adelfas, frufrú, esplín, azúr o las vanguardias y el indigenismo de vanguardia, fueron capaces de incorporar palabras que enriquecieron el léxico y el horizonte textual de la poesía latinoamericana, apropiándose de la modernidad desde una operación transculturadora, en Ruda, la cotidianeidad (“el chardonnay frío”), el sexo (“Poesía, cunilingus, felación”) y la cultura de masas con sus representantes y tecnologías (“algún tipo / de Christina Aguilera que cumplía los sueños”, “una laptop milagrosa que ilumina la pieza”) son las matrices de tales adiciones y la superficie del discurso poético de Carrasco.

En Ruda, la adición de palabras tradicionalmente no poéticas, la amplificación del léxico como procedimiento, el montaje de discursos heterogéneos, y la intención de mezcla de diferentes hablas en el texto literario, emergen desde el cruce entre la reflexión sobre el estatuto de la poesía y lo social como temáticas preponderantes. Dos ejes que ya habíamos observado a lo largo de su proyecto de escritura, y que redundan en la amplificación de la realidad como resistencia a las zonas “agresivamente monolingües”, es decir, como resistencia a participar libremente de una cultura con pretensiones globales.

En tal sentido, dicho intento se encarna en dos versiones relevantes. Primero, en la apertura a realidades diversas, materializadas en los espacios de las capitales latinoamericanas: “[D]emocráticos cardenales (Chile), / malvones (Argentina), geranios (Perú, México) de tallo firme”. Y, segundo, en el énfasis plástico y cinematográfico, en el zoom sobre esas realidades representadas, en pos de desbaratar la simpleza de una mirada unívoca y general: “[Y] el momento es registrado con insidiosa crueldad por la cámara”.

Así, como dejamos entrever, el Modernismo y las diferentes vanguardias –en sus propios contextos– bogaron por encontrarle una lengua exclusiva a la literatura. Para ello, generalmente, refirieron a la existencia de un esquema conceptual anterior al que se opusieron por su falibilidad a la hora de describir la realidad del sujeto y la expresión poética, realidad lingüística que es pura diferencia. Consecuentemente, en esta reciente entrega de Carrasco, dichos procedimientos tienen como objetivo perderle el habla a la poesía; situar su ocurrencia en el desplazamiento constante de los signos y sus significados. Pues, en el fondo, esa es la trayectoria de un texto: “[C]uántas veces te tengo que explicar / lo que importa es el movimiento te digo / mientras la camisa gotea en un cordel / como exhausta bandera de rendición”.

 Víctor Quezada