El cuerpo incompleto. Por Patricia Espinosa

Publicado originalmente en Las Últimas Noticias. 28 de octubre de 2016


La imagen de portada y el título del libro se alejan de cualquier eufemismo; sin embargo, el relato toma el camino distinto, el de la contención. Víctor Quezada confronta al protagonista y narrador con el desarraigo, la crisis familiar e identidad de género. Bulto, a secas, sin artículo masculino, es la historia de un condenado cuya única y última posesión es su cuerpo amputado.

Es el año 2013 y ha muerto el padre de Víctor, chileno avecindado en Buenos Aires. Este suceso detonará su pronto regreso al país de origen, la confrontación con su familia y lo que denomina “su vergüenza” o su culpa, que condiciona el actuar del personaje. Toda la anécdota transcurrirá en ese tiempo intenso y conflictivo previo a un viaje que podría definir demasiadas cosas.

El libro se abre con este enunciado lapidario: “Llegué a los treinta años sin pene”. Luego prefigura su muerte en un futuro en el que “los espacios públicos estarán completamente vedados a la práctica del amor, el contrabando y la disidencia”. Citas que resumen dos aspectos centrales del volumen. El cuerpo incompleto, mutilado, marca el relato con la anomalía y experiencia de una condición sexual concebida desde la falta, a lo que hay que sumar un presente-futuro sumido en el acoso y la represión.

Aunque parezca extraño, el personaje no manifiesta resentimiento hacia su cuerpo, volcándose hacia el autocuidado y la convivencia afectuosa con él: “quiero este cuerpo que tengo a pesar de sus heridas”. En contrapunto, la relación con el afuera se sostiene en aparentar que no hay falta. Para ello, Víctor ejecuta un ritual, rellena con algodón y sal un preservativo, fabrica su propio bulto, como un aterrador modo de adecuación al mundo.

Por momentos pareciera que Víctor estuviera a punto de sucumbir bajo el peso de lo patriarcal, pero logra sacudirse por medio de un engaño, ficcionando la masculinidad en su cara más superficial. Así, la simulación es la derrota, pero a la vez una posibilidad de un acto creativo, que pueda ser expuesto y legitimado en lo público. Arrinconado, pero intentando autoconstruirse, Víctor transita por la orilla del río para flirtear, desde la timidez, con hombres mayores de apariencia adinerada.

Quezada escenifica un combate irresoluto en el personaje, tensionado por la presión de la ley que lo incita a internalizar la culpa, la duda, la desposesión casi total. Aun así, dice: “mi casa es mi cuerpo; mi cuerpo, mi nave”. Resuena Andrés Caicedo en esta cita y su idea del cuerpo como celda; sin embargo, Víctor avanza hacia su autodeterminación, tomando el camino de identificarse con un colectivo marginalizado: “en la calle nos sentimos seguros, en los callejones, en los puntos ciegos de la ciudad […] en la economía de los basureros levantamos nuestra casa”.

Bulto es un relato compacto y preciso en sus expansiones líricas, con énfasis en el uso de una mirada microscópica, que se acomoda muy bien con la agitada hiperestesia del protagonista; por lo mismo, rechaza las estructuras complejas y los enfoques caóticos. La cercanía permite acortar la distancia lo suficiente como para poder intentar comprender al personaje y sus dolorosos puntos ciegos, donde proliferan las ensoñaciones de carácter místico. Nada sobra en esta brevísima narración, centrada al interior de la comunidad de los mutilados, combatientes derrotados, a los que sólo les queda sobrevivir en un doble y trágico movimiento, cuidando celosamente de sí mismos y disimulando con empeño su diferencia.

Patricia Espinosa